23 dic 2011

El Tren


Imagina un tren, un tren infinito. Las paredes de madera labrada, muestran hermosos y detallados relieves en todos los vagones, mostrando imagenes del pasado. Las ruedas de acero giran a toda velocidad transportando el tren por las vías. ¿El nombre del tren? Vida. Ahora imagina las vías. Infinitas, inmutables, dibujan un recorrido sinuoso por el mundo. ¿El nombre de las vías? Destino. Ahora le llega el turno al mundo, imagina un mundo que se extiende hasta donde alcanza la vista. Al norte, indefinidos océanos nebulosos. Al sur, áridos desiertos y abruptas montañas. Al este, helados parajes cubiertos de la más blanca nieve. Al oeste, vastas praderas esmeraldas, adornadas aquí y allá con bosques de secuoyas. Y bajo las vías, un pacifico riachuelo de aguas cristalinas tan brillantes que sus reflejos se asemejan a una miríada de estrellas. ¿El nombre del mundo? Experiencias. Así pues, cada uno tenemos nuestro tren, nuestro infinito tren que atraviesa un mundo de experiencias guiado por las vías del destino. Algunos eligen compartir su tren, otros viajan solos, pero todos pasamos por él más tarde o más temprano para recorrer sus sinuosas vías y explorar los vastos y misteriosos océanos que conforman nuestro futuro.

20 dic 2011

Palabras


Palabras. Palabras que se quedan en la garganta, atadas y mudas, por el miedo a decir lo que se desea. Palabras que desaparecen entre la voluntad y las inhibiciones. Palabras acalladas y consumidas por el fuego de un sentimiento.
El muchacho tenía en su poder palabras, palabras amables, palabras de amor, palabras de odio, palabras de ira, palabras atentas y palabras desagradables. El muchacho las tenia y sin embargo no usó ninguna. No uso las palabras amables con el chico que le ayudo a levantarse cuando le dieron una paliza, porque su ira se lo impedía. No usó las palabras de amor con la chica que amaba desde hacia tiempo, porque su miedo a no ser correspondido no se lo permitía. No uso las palabras de odio con su mejor amigo cuando este le dio la espalda, porque le quería como a un hermano. No usó las palabras de ira cuando le dieron una bofetada, porque se sentía demasiado culpable. No usó las palabras atentas con su amigo cuando este se rompió una pierna, porque estaba demasiado ocupado pensando en sí mismo. Y no usó las palabras desagradables cuando hablaba con una chica que no tragaba, porque creía que debía ser educado.
Mediante una simple sucesión de hechos, pongo de manifiesto la incapacidad de las personas para decir lo que piensan, pues resulta evidente que cuando unas palabras entran en conflicto con un sentimiento siempre mueren estas víctimas de los opresores sentimientos. Desde pequeños nos enseñan modales, protocolos de comportamiento, formas de vida, pero incluso sin saberlo, lo que realmente intentan enseñarnos es a ser obedientes y a reprimir nuestros impulsos para no decir lo que realmente queremos.

16 dic 2011

Tambores


Ta,ta,ta,ta. Redoblan los tambores. Ta,ta,ta,ta. Retumban en la mente, la mente del hombre, el hombre perdido. Ta,ta,ta,ta. Solo la conciencia prevalece, privada del cuerpo, perdida en la inmensidad del vacío. Ta,ta,ta,ta La conciencia enloquece, enloquece con cada era que pasa perdida, con la única compañía de los tambores. Ta,ta,ta,ta. Resuenan, resuenan sin cesar, sin descanso, único aviso de lo que está por venir. Ta,ta,ta,ta, infinitos, eternos, como la conciencia. Ta,ta,ta,ta. Observando los años, esperando los hechos. Ta,ta,ta,ta. La conciencia sabe, la conciencia no tiene esperanzas, la conciencia murió hace mucho, pero vive. Ta,ta,ta,ta. Sin cesar escucha los tambores que resuenan por todas partes y en ninguna. Ta,ta,ta,ta.  El tiempo pasa, pero no para él, él está fuera y está dentro; está en todas partes y en ninguna; está vivo y está muerto; él está libre y condenado. Ta,ta,ta,ta. La hora se acerca. Ta,ta,ta,ta.  No hay solución. Ta,ta,ta,ta. El final ha llegado. Ta,ta,ta,ta.

13 dic 2011

Blink


Don't Blink! Not even blink. Blink and you're dead.
They are fast, faster than you believe.
Don't give your back, don't look away and don't blink.
Good Luck.

10 dic 2011

Hellhound


La oscura calle permanece imperturbable en la tranquilidad de la noche. O así debería ser, pues una figura la atraviesa como alma que persigue el diablo. La chiquilla viste ropas negras y su expresión refleja un terror que ni en sus peores pesadillas pudo haber imaginado. No se aprecia ningún peligro aparente y sin embargo la chiquilla no deja de mirar hacia atrás, oteando el horizonte en busca de un perseguidor desconocido. Mas al aguzar el oído, se pueden escuchar los gruñidos y zarpazos, sin duda alguna, producidos por la criatura que amenaza su existencia. Víctima de un fatídico tópico, tropieza, cae sobre los duros adoquines y algo sale despedido. Una pequeña bolsa de cuero. Aun no lo sabe, pero de haberla conservado, abría salvado su vida. La criatura, invisible, desgarra su ropa y su carne en pos de su objetivo. Los chillidos de dolor llenan la solitaria calle, nadie la escucha. Forcejea hasta el último instante pero no puede desasirse de su mortífero abrazo. Con el último mordisco, arranca el alma de los inertes huesos de la chiquilla. Un alma condenada, un pacto completado. El perro del infierno llevará ahora las almas que ha recolectado a su señor. Tal vez, la chiquilla debió haberlo pensado mejor antes de sellar el acuerdo, pues siempre conlleva un precio demasiado alto que nadie está dispuesto a pagar.

5 dic 2011

Los cuatro del Apocalipsis



Cuando abrió el primer sello, oí al primer ser viviente, que decía: "Ven". Miré y vi un caballo blanco, y el que montaba sobre él tenía un arco, y le fue dada una corona, y salió vencedor, y para vencer aún
                                                                                                                                                                             Ap. 6,2


Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente que decía: "Ven". Entonces salió otro caballo, rojo; al que lo montaba se le concedió quitar de la tierra la paz para que se degollaran unos a otros; se le dio una espada grande.
                                                                                                                                                                          Ap. 6,3-4


Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: "Ven". Miré, y vi un caballo negro. El que lo montaba tenía una balanza en la mano.
Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: «Dos libras de trigo por un denario y seis libras de cebada por un denario, pero no dañes el aceite ni el vino»
                                                                                                                                                                 Ap. 6,5/Ap. 6,6


Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: "Ven".
Miré, y vi un caballo pajizo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía: y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra.
                                                                                                                                                                Ap. 6,7/Ap. 6,8

19 jun 2011

INSERTAR LA PIEZA A EN EL AGUJERO B

Dave Woodbury y John Hansen, grotescos en sus trajes espaciales, verificaban con ansiedad que la gran jaula flotaba lentamente alejándose de la espacio-nave mercante y acercándose a la cámara de aire. Con casi un año de permanencia en la Estación Espacial A5 tras ellos, estaban comprensiblemente cansados de las unidades de filtración que resonaban secamente, de los tubos de hidrocultivo que goteaban, de los generadores de aire que constantemente zumbaban y ocasionalmente se detenían.
—Nada funciona correctamente —solía decir Woodbury—, porque todo ha sido montado a mano por nosotros mismos.
—Siguiendo instrucciones —solía añadir Hansen— compuestas por un idiota.
Indudablemente había motivos para quejarse. Lo más costoso de una nave espacial era la cámara destinada a la mercancía, pues todos los avíos tenían que ser enviados a través del espacio desmontados y conjugados. Todo tenia que ser montado en la Estación con las manos desnudas, inadecuadas herramientas y confusas y ambiguas instrucciones escritas por todo guía.
Woodbury se había esmerado en escribir algunas quejas a las que Hansen añadió los adjetivos apropiados, y formales peticiones que auxiliaran la situación habían sido cursadas a la Tierra.
Y la Tierra había respondido. Un robot especial había sido diseñado con un cerebro positrónico que había empollado el conocimiento necesario para conjugar apropiadamente cualquier máquina en existencia que estuviera desmontada.
El robot estaba en la jaula que ahora se descargaba, y Woodbury se estremeció mientras la cámara de aire se cerraba tras el objeto.
—Primero —dijo—, esto rehabilita a la Junta para la Alimentación y, segundo, rehabilitará nuestra tostadora para que vayamos olvidando el sabor de la carne quemada.
Entraron en la estación y atacaron la jaula con suaves toques de desmoleculizador, de manera que ningún precioso átomo metálico de su especial robot solventador de jeroglíficos fuera dañado.
Finalmente, la jaula fue abierta.
Dentro no había sino quinientas piezas separadas y una lista escrita con confusas y ambiguas instrucciones para ensamblarlas.


    Isaac Asimov (21 de agosto de 1957)

10 abr 2011

V - Lilith.

Motel Lenox, a 45 km a las afueras de Las Vegas.
Entre las sombras de una de las habitaciones del motel Lenox, una figura se recorta frente al brillo que entra por la ventana del baño. Está de espaldas, sentado al borde de la cama. Por el sonido se adivina que afila una espada. De repente, la habitación se oscurece justo antes de quedar iluminada por unas enormes y brillantes alas blancas.

Las Vegas, poco después del incidente en el Bellagio.
A pocas horas del amanecer, la cafetería abierta veinticuatro horas de Billie está desierta. Al abrir la puerta, se oye un ligero sonido de cascabeles. Un camarero sale a recibirme mientras se seca las manos. Un frondosa y sucia barba grisácea adorna su rostro, mientras que una gorra con el logotipo Billie’s cubre su grasiento cabello entrecano. Al verme, palidece (Una reacción bastante habitual últimamente). Su rostro recupera el color, aunque no del todo, cuando se acerca a mí con una amplia sonrisa.

-Así que los rumores eran ciertos… -me mira fijamente mientras sonríe. Las arrugas envejecen notablemente su rostro.
-Pues eso parece, amigo mío –le sonrío.
-Dime, ¿qué te trae por mi humilde cafetería, Raz’?
-Pues, necesito que me ayudes –al decir esto, su rostro se endurece.
-Ya no, sabes que ya no. Me retire hace años, ya no tengo nada que ver con ellos.
-Con ellos tal vez no, pero sí conmigo.
-Lo siento, amigo mío, pero no puedo. Tal vez pueda decirte de alguien que te sirva de ayuda, pero no cuentes conmigo, no esta vez –Su rostro refleja tristeza, se que echa de menos la acción, pero otras responsabilidades ocupan su tiempo ahora.
-Está bien, si es tu decisión la respeto. Tal vez debería insistir más pero no me parece justo para ti. –Justo en ese instante una chica de unos diecinueve años, pelo castaño y ojos grises aparece por la puerta de la cocina para dejar una cosa, saludar amablemente, y volver a desaparecer- ¿Esa es tu hija?
-Sí, ¿Cómo lo…? –Se detiene a mitad de frase dándose por vencido-Supongo que no sirve de nada preguntar. –me mira suspicaz- Y más te vale no estar pensando lo que creo que estás pensando, cualquiera diría que eres humano.
-Sí, bueno, tener un cuerpo físico pasa factura. Aun así, no estaba pensando eso –me rio, divertido por su afirmación- Es nefilim ¿cierto?
-Así es, una de las pocas que quedan. Es tan ducha en el combate como su padre, y tan hermosa como su madre.


-Tiene que serlo si es hija de William y Aurora Lightwood –Sonrío. En ese momento, una explosión fuera de la cafetería llama mi atención- Bill, vete a la cocina. –ordeno a mi antiguo compañero.

-¿Estás loco? Nadie va a entrar aquí para tirar a la basura el fruto de mi esfuerzo –dice Bill mientras saca una gran espada de debajo del mostrador. Yo sonrío.
-Está bien, discutir contigo es como hacerlo con la pared. Al menos mantente detrás de mí - Desenvaino mi espada y me dispongo mientras veo como una figura cruza con tranquilidad la calle. Lleva un martillo en la mano izquierda y un coche arde en llamas a su espalda. La chica sale de la cocina.
-Papa, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado? –pregunta preocupada.
-Lith, vuelve adentro, ¡AHORA! –grita en tono autoritario. Ella obedece, mientras Bill y yo nos disponemos para luchar. Tan solo siento que se hayan visto involucrados de esta forma.

Nos atrincheramos tras la barra. Unos angustiosos segundos más tarde, el soldado atraviesa la puerta como si fuese papel de arroz. Antes de darle tiempo a reaccionar me lanzo sobre él blandiendo a Brael. En un abrir y cerrar de ojos me ha lanzado fuera. Ese tío es demasiado fuerte para vencerlo cuerpo a cuerpo. Mi cabeza trabaja rápido, me doy cuenta de que siempre intenta separarnos para hacernos más débiles. Le grito a Billie que le ataque mientras avanzo por su retaguardia. En un golpe de suerte, el martillo sale volando, seguido de su brazo izquierdo. Para mi sorpresa, un cuchillo aparece en su mano derecha. Antes de poder siquiera pestañear le atraviesa el corazón de Bill, la visión me horroriza. Entonces una flecha acierta entre ceja y ceja al tipo del martillo, que estalla en una vorágine de chispas y cenizas. Al seguir la trayectoria del proyectil me topo con Lith, que sostiene un arco con pulso de acero. Corre hasta su padre con lágrimas en los ojos. Bill me susurra al oído que cuide de su hija, que confía en mí. Asiento. Entonces muere, en esta ocasión no hay chispas, no hay explosión de luz. Bill era humano, se cortó las alas cuando su mujer se quedo embarazada. Ahora Lith es responsabilidad mía, y cumpliré mi promesa aunque me cueste la vida. La chica se llama Lilith, es nefilim, y la mejor arquera que he conocido hasta la fecha.

1 abr 2011

IV - Raziel.

Lo primero que noto al despertar, es el sabor a sangre en mi boca y un tremendo dolor de cabeza. Cuando miro a mi alrededor veo a Suzanne tendida en el suelo con un puñal en el pecho. Intento despejar mi cabeza y recordar qué ha pasado. Repaso cada movimiento, cada palabra, buscando una solución.


"Cuando se abrieron las puertas del ascensor me abordaron las dudas, todo era demasiado fácil. Preocupado, la miré.
-¿Qué te parece todo esto? Algo me huele mal –obviamente no lo decía de forma literal, tan solo intentaba expresar mi preocupación.
-Sí, yo también me he percatado… -Me miró a los ojos, preocupada.
-Vamos –Sin perder más tiempo, me dirigí a la puerta 203.

Antes de llamar, me detuve un segundo, no sé por qué lo hice, pero lo hice. En ese instante, la puerta saltó de sus goznes e inmediatamente me volví para cubrir a Suzanne. Sin darle tiempo a reaccionar, me quité la americana, desenvainé a Brael y desplegué mis alas. Estaba furioso, no soporto que me ataquen sin más. Inmediatamente entré en la habitación y recibí un fuerte golpe en el hombro izquierdo. Un enorme martillo había ido a impactar directamente sobre él. Como si de un resorte se tratase lancé una estocada a su cuello, aunque solo conseguí hacerle un rasguño, pues me empujó contra la pared. En ese momento, Suzanne entró en acción. Se movía con una gracilidad y agilidad dignas de ella, en menos de un minuto ya había conseguido que retrocediera hasta el baño y que sangrase. Sonreí, me puse en pie, y la aparte con cuidado. Entre en el baño y me dirigí hacia mi enemigo, intercambiamos varios golpes y justo cuando le había atravesado el estómago con Brael, me golpeo tan fuerte en la mandíbula que atravesé la habitación y por poco salgo por la ventana. La sangre me resbalaba por la barbilla y estaba algo desorientado. A duras penas pude ver como una figura vestida de negro se cebaba con la pequeña Suzanne. Me levanté y, utilizando mis alas para tomar impulso, lo empujé hasta el pasillo a través de la pared. Su pelo negro y los ojos azules no me dieron muchas pistas, pero el tatuaje de su cuello si, supe al instante quién era. Aun no sé cómo consiguió lanzarme de nuevo a la habitación, solo sé que esta vez el golpe vino de arriba y que consiguió que mi mundo se sumiese en la oscuridad."


Aun no comprendo nada, qué hace uno de ellos aquí y qué tiene que ver con mi enemigo. A parte de Suzanne, la habitación está desierta, cosa que no hace sino aturdirme aún más. Me arrastro como puedo hasta ella, que agoniza recostada sobre unos escombros. Intento extraerle el puñal, pero se convierte en cenizas en cuanto lo toco. La miro a los ojos, sabe que su final se acerca, pero no es miedo lo que veo. Es entendimiento, ha descubierto algo que se me escapa. Veo cómo abre los labios para intentar decírmelo, cómo susurra algo que no consigo entender y cómo expira su último aliento. Lamento enormemente la muerte de Suzanne, pero no puedo detenerme en esta batalla. ¿Qué hacen los ocultos relacionándose con él? No consigo hallar una respuesta y la pequeña Suzanne se convierte en cenizas en una explosión de intensa luz blanca. Salgo de aquella habitación y recojo a Brael y la americana. Será una larga noche y necesitaré la ayuda de otro viejo amigo si quiero que su muerte  no haya sido en vano. Me llamo Raziel, y voy a hacer esto porque puedo hacerlo, porque he de hacerlo.

30 mar 2011

Tiempo.

 Sentado, espera que pasen los días, que el tiempo deje de ser tiempo y pase a ser otra cosa. ¿Existe el tiempo? Una y otra vez no deja de repetírselo. Sentado, entre las sombras de su propia naturaleza, aguarda su momento, cuando la gloria llegue y deje a un lado la decepción, cuando sea capaz de dar el paso, y sea capaz de dejar atrás lo pasado, lo que no volverá. Sentado, aguarda el final, el final de una vida, y el comienzo de otra.

28 mar 2011

III - Medianoche.

Recomiendo que escuchéis el siguiente video durante la parte en el club:
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Cuando llego al club Midnight, me detengo, el local parece abandonado, las ventanas estan entablilladas y el cartel cuelga, deteriorado, de unas no muy fiables juntas. Por dentro, sin embargo, rebosa actividad. La música suena a toda voz, enardeciendo el ambiente y demonios de todas las clases bailan y beben a su ritmo. Cuando entro, todas las miradas se posan en mí. Personas de distintos aspectos, desde ridículos hasta aterradores, se extienden por las mesas y la barra, pasando por la pista. No está aquí, no noto ningún rastro de mi enemigo, lo cual indica que no solo no está, sino que no lo ha estado hasta ahora. Entonces lo entiendo, Hank no me ha enviado aquí buscándole a él, sino que me ha traído hasta la persona que lo encontrará.
Suzanne. Suzanne es el demonio de mayor poder de todo el local y uno de los más poderosos de la ciudad. Sin duda ella sabrá donde encontrarle. En otro tiempo, los dos éramos grandes amigos y nadie podía derrotarnos cuando luchábamos codo con codo. Con tranquilidad me acerco a la barra. Cuando me ve, sonríe ampliamente.

-¡Caramba! Pero mira quién diablos está aquí –dice irónicamente.
-No precisamente –sonrío- ¿Qué tal te va todo, Suzanne? Me alegro de volver a verte.
-Dime, ¿qué te trae por la tierra y, más concretamente por mi club?
-Pues la verdad es que busco a alguien –inmediatamente, un destello de entendimiento en sus ojos llama mi atención- Veo que sabes a lo que me refiero.
-Podría decir que si, incluso podría llevarte hasta él pero, ¿qué sacaría yo a cambio? –la negociadora entra en acción. Siempre ha sido así, intenta sacar beneficios de todo.
-Sabes que nos están observando, siempre observan –Mientras tanto escribo algo en un trozo de papel y se lo paso a la chica.
-Vaya… -dice mientras lee lo que he escrito- ¿Estás seguro de esto?
-Tan seguro como que me voy a encargar de ello –la chica me sonríe.
-Está bien, creo que me has convencido –Entra en un cuarto trasero y saca dos bolsas con ropa y un par de cuchillos cortos de plata- Vamos, te llevo –sonríe mientras la veo salir por la puerta trasera y dirigirse a su coche. La sigo.

Los siguientes cuarentaicinco minutos nos lo pasamos metidos en un flamante Ford Mustang del 67, en dirección al Bellagio. La única parada que hicimos fue para ponernos la ropa que había sacado de la trastienda. Ahora voy vestido con un traje de chaqueta negro, camisa a juego y una corbata blanca. En los pies llevo un par de zapatillas negras estilo Converse. Como siempre digo, la comodidad antes que nada, sobre todo cuando mi plan es enzarzarme en una pelea. Por otro lado, Suzanne, va vestida con un vestido muy corto de color rojo, con un escote en la espalda que le llega hasta más o menos la zona lumbar. Su pelo negro resalta sobre su piel pálida, y los ojos azules parecen cristales de hielo, está preciosa. Ambos vamos armados, yo llevo a Brael bajo la americana, y ella los cuchillos en el bolso. Cuando llegamos, salimos agarrados del brazo, fingiendo ser una pareja.
Al entrar en el enorme casino, siento una extraña presencia. Me acerco al oído de Suzanne y le digo en un susurro “está aquí”. Ella asiente, también lo ha notado. Tranquilamente, nos dirigimos hacia la recepción del hotel. Una vez allí, convenzo al hombre para que me cuente donde se aloja mi enemigo que, para él, no es más que un hombre herido pero con mucho dinero encima. Demasiado fácil.

-Vamos –digo con algo de recelo ante la facilidad de nuestra búsqueda mientras encamino a Suzanne hasta el ascensor. Ella me mira preocupada, no soy el único al que le parece todo demasiado fácil. Nos montamos en el ascensor y aprieto el botón correspondiente al piso al que vamos. Cuando se cierran las puertas desenvainamos las armas y nos preparamos. Va a ser una noche muy larga. Pronto darán las doce, la medianoche, y entonces comenzará todo.

26 mar 2011

II - Ciudad de Pecado.

En la tranquilidad de la noche se impone, gloriosa, la luminosa ciudad del pecado. Una ciudad conocida por todos los mortales, Las Vegas. Mientras el anciano que tengo sentado al lado conduce la destartalada camioneta al interior de la ciudad, repaso mentalmente el plan. Primero encontrar a ese condenado viejo, luego rearmarse, y por último preguntarle donde se podía esconder mi enemigo. Una vez allí, el anciano me deja en la puerta de una tienda de empeños. No me extraña sentir un escopetazo sobre mi cabeza cuando entro. Ese viejo me odia. El interior está casi tan deteriorado como la persona que está frente a mí, apuntándome con un arma.


-Tranquilo Hank, soy yo.
-Lo sé, ese es el maldito problema, que eres tu –responde con antipatía- Sabía que este momento llegaría algún día.
-Venga hombre, solo he venido a hablar –el decrepito anciano parece relajarse, baja el arma y se pone las gafas.


Hank es un viejo conocido, un demonio de poca monta que se dedica a “ganarse la vida” estafando a los humanos. Tendrá unos doscientos años, pero no aparenta más de cien. Es delgado, larguirucho más bien, y aún más feo de lo que podrías imaginar. Sus nervios le traicionan como siempre, cada vez que me ve.

 -¿Qué es lo que quieres esta vez? –pregunta receloso.
 -Pues lo primero es lo primero. Necesito a Brael –Brael es una espada, mi espada, la que use durante la batalla de los cielos y que deje caer a la tierra. Lleva siglos, milenios perdida. Hasta que llegó a manos de Hank y él, como buen entendido en la materia, supo al instante lo que era.
-Brael –repite. Un brillo de miedo asoma en sus ojos- ¿Para qué la quieres?
-Eso es asunto mío, ¿no crees? –Respondo, no sin cierto desdén, a la arrogante pregunta del viejo. El sabe perfectamente para qué la quiero- No he de darte explicaciones. Ahora, ¿vas a dármela o tendré que "recuperarla"? -Véase el tono amenazante con el que dije esta ultima palabra.

Asustado, el viejo corre a la trastienda y saca una caja del fondo del armario, la lleva hasta el sucio mostrador de cristal y la abre. Dentro hay un objeto alargado, más o menos del tamaño de un bate de beisbol. Cuando lo abre, aparece ante mi vista una espada, mi espada, igual de brillante que cuando se forjó. Esa era una de las cosas buenas de esta espada, nunca perdía ni el brillo ni el filo. Efectivamente, esta igual de afilada que el primer día. Sin perder más tiempo la sostengo en mi mano durante un segundo más y la envaino. Había que pasar a otro punto de la lista.

 -Una última cosa, Hank, ¿Dónde está?
-¿Dónde está quién? –pregunta el viejo, asustado.
-Sabes perfectamente de quién hablo, se que lo has notado –insisto mientras le agarro por el cuello de la raída y fea camisa celeste que lleva- Alguien con semejante poder no pasa inadvertido, y menos para alguien como tú. Sé que está aquí, en la ciudad, puedo notarlo. ¿Dónde está? –repito.

El anciano agacha la mirada, intimidado. Coge un boli y un papel cercanos y escribe. "Club Midnight" Un antro para demonios locales. Un bar de mala fama. Tiene sentido, es el último lugar donde lo habría buscado. No me gusta ir por ahí buscando gente a la que matar, pero es la única manera de sobrevivir, encontrarle a él antes que él a mí. Con una amplia sonrisa, le suelto la ropa y salgo. Sé perfectamente donde encontrar el local, así que empiezo a caminar en esa dirección, esquivando a los cientos de personas con las que me cruzo. En estos momentos, no soy más que otro humano en la ciudad más conocida del mundo, la ciudad del pecado, Las Vegas.

25 mar 2011

I - Tierra de nadie.

Lo primero que recuerdo, son las llamas. Las incesantes llamas que me recubrían mientras me aproximaba a una superficie árida y pedregosa, probablemente un desierto. La lengua de fuego me cubría por completo subiendo por mi espalda y abrasándome la cara. Durante la batalla, debí perder el conocimiento, pues al abrir los ojos vi que estaba entrando en la atmosfera y me aproximaba, sin poder evitarlo, a la superficie. Mi contrincante había desaparecido, seguramente arrastrado por la misma fuerza que me catapultaba hacia abajo. Con esfuerzo, pero sin resultados, intento mover las alas con la intención de frenar mi caída. Consigo dirigir la caída levemente. Poco a poco comienzo a describir un curso semicircular. Inevitablemente, me estrello contra la cima de una montaña y reboto con un par más. No me causa demasiados  daños en el cuerpo, por no decir ninguno. Me levanto. No tengo ropa y apenas puedo desplegar las alas, se han llevado la peor parte en el impacto, tardarán un buen rato en recuperarse del todo.

Tras una media hora caminando, llego a una gasolinera. Como no puedo ocultar mis alas, me veo obligado a entrar así, para mi suerte está vacío. Ya de por si es raro ver como un tío desnudo entra en tu local, pero ver a uno con un par de enormes alas plateadas, debe de llevarse la palma. El buen hombre me deja algo de ropa y se ofrece a llevarme a la ciudad. Me hace mil preguntas, pero no respondo a ninguna, estaba demasiado confuso. En un segundo estoy jugándome la eternidad en un combate a muerte, y al siguiente estoy sentado en el asiento del copiloto junto a un crédulo anciano. Intento localizar a mi enemigo, pero como hasta ahora, no hay resultados. Esto me lleva a hacerme una pregunta, ¿estoy a salvo? Poco a poco, nos acercamos a la ciudad. El primer paso es encontrar a un viejo amigo, después tendría que rearmarme. La pelea podía comenzar en cualquier momento. A la gente como él no le importaba llevarse a unos cuantos inocentes por delante con tal de conseguir su propósito. Ellos creen que el fin  siempre justifica los medios. El camino aún dura un rato más, mis alas casi están curadas, aun no puedo volar, pero si ocultarlas fuera de la vista de los humanos. Sin quererlo y, para mi sorpresa, noto una gran fuerza espiritual al otro lado de la ciudad. Sin duda acaba de hacer uso de sus poderes. Me relajo, ahora que lo tengo localizado podré estar preparado cuando venga a por mí. Ya no estábamos en el hogar de ninguno, ahora ambos eramos extraños en un mundo que no nos conocía, ahora estábamos en tierra de nadie.

22 mar 2011

Canción infantil.

En lo más profundo del prado, allí, bajo el sauce,
hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
recuéstate en ella, cierra los ojos sin miedo
y, cuando los abras, el sol estará en el cielo.

Este sol te protege y te da calor,
las margaritas te cuidan y te dan amor,
tus sueños son dulces y se harán realidad
y mi amor por ti aquí perdurará.

En la noche esta canción resuena, trayendo hasta mi corazón una agridulce felicidad, por estar por fin, a salvo y en casa.

El árbol del ahorcado.

¿Vas, vas a volver
al árbol en el que colgaron
a un hombre por matar a tres?
Cosas extrañas pasaron en él,
no más extraño sería
en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.

¿Vas, vas a volver
al árbol donde el hombre muerto
pidió a su amor huir con él?
Cosas extrañas pasaron en él,
no más extraño sería
en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.

¿Vas, vas a volver
al árbol donde te pedí huir
y en libertad juntos correr?
Cosas extrañas pasaron en él,
no más extraño sería
en el árbol de ahorcado reunirnos al anochecer.

¿Vas, vas a volver
al árbol con un collar de cuerda
para conmigo pender?
Cosas extrañas pasaron en él,
no más extraño sería
en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.

Esto me lo susurro al oído un pequeño Sinsajo, que con su melodía alegra la mañana a los caminantes.

18 mar 2011

Sombras.

  La negra figura camina como una sombra a través del bosque del Gran Parque. Una joven termina en seco su carrera, paralizada por el dolor que atenaza su pierna derecha. Se sienta en un banco para masajear su dolorida extremidad. El sol se esconde perezosamente tras los edificios, alertando del inminente ocaso. 
  Un resplandor delata la presencia de la hoja en la manga izquierda de la sombra. Una amplia capucha cubre su rostro casi por completo y un abrigo negro completa el conjunto. Aunque no se ve ningún detalle característico, la figura parece pertenecer a un chico o una chica jóvenes. Se mueve con una agilidad y un sigilo casi felinos. Con un destello, alza la daga mientras se aproxima rápidamente a su nueva victima. La chica rubia de ojos verdes lo mira por un segundo , aterrorizada. Al siguiente, la sombra la cubre por completo ahogando así su grito de pánico. Minutos más tarde, una pierna asoma inerte tras el banco, prueba irrefutable del trágico destino que ha sufrido su desdichada propietaria. 

16 mar 2011

Puntos de vista.

A primera vista Christine es una chica como otra cualquiera. Sonríe, bosteza y se presenta a sus nuevos compañeros. Somnolienta, repasa en su cabeza la noche del sábado, en la discoteca. Luces, sonrisas, música, aquel chico, se entremezclan en un confuso torbellino de imágenes, sensaciones y sonidos. Junto a la barra, un chico bastante mono no dejaba de mirarla. Mientras caminaba hacia él, con intención de conocerle, observó como el chico hablaba por el móvil. Parecía preocupado. Justo antes de llegar hasta él, Christine vio como se marchaba, dejándola allí, perdida entre su propia frustración. Decepcionada, pidió una copa y volvió a donde estaban sus amigas.

Intenta concentrarse, es su primer día en esa escuela y no quiere dar mala impresión. No lo consigue. Cuando por fin logra sacarse de la cabeza a aquel chico, otro pensamiento la aborda. Los hechos ocurridos aquel fin de semana, según le habían contado sus nuevos compañeros, habían sido estremecedores. Al parecer, un chico de aquella misma clase había muerto en extrañas circunstancias. Entre las distintas hipótesis, se había hablado desde un accidente de tráfico, hasta un brutal asesinato. Sin perder el tiempo en aquellas absurdas deducciones, Christine decidió no pensar más en esos temas ya que era imposible saber lo que había ocurrido realmente.

14 mar 2011

Cuestión de suerte.

El local estaba repleto. Uno casi no podía ni moverse sin llevarse alguna bebida por delante. La desacompasada multitud bailaba con ritmo propio. Las parpadeantes luces de colores le daban un toque de irrealidad a la atmosfera y la atronadora música retumbaba por todas partes, llevando hasta al más distraído el mensaje de actividad y alegría que empapaba a cada uno de los presentes. Los más avispados se servían de la potente miríada de sonidos para reducir las distancias entre ellos y sus más que decididas presas. Dominic acababa de pedir una copa cuando, al girarse, la vio. La preciosa chica de ojos azules y pelo rojizo se movía con la elegancia y la perfección de una diosa. Aquella musa sonreía, contagiada del ambiente, mientras hablaba con sus amigas. Embelesado, le era completamente imposible apartar la mirada de la chica. Cuando sus miradas se cruzaron, Dom la aparto como si un resorte en su cuello se hubiese activado. Mientras se bebía la cerveza, sintió como su bolsillo vibraba levemente. Sin perder el tiempo, saco el móvil de su bolsillo y lo descolgó. Cuando colgó, salió a prisa del local.

Tal vez, si Dom no hubiese descolgado el movil aquella noche, ahora no estaría llenando una de las bolsas para cadáveres que descansaban en el depósito. Tal vez, si no hubiese contestado a esa llamada, se habría dado cuenta de que la chica estaba tratando de atravesar la multitud para llegar hasta él. Tal vez, si Dom hubiese colgado al ver ese número, se habría enterado de que la chica se llamaba Christine. Tal vez, si no se hubiese marchado, se habría llevado la sorpresa más grata de su vida al ver a la hermosa chica pelirroja sentada un su silla cuando llegase, ese lunes, a clase.

12 mar 2011

Despertar.

Despertar nunca es agradable, y por si fuera poco, hacerlo tras un letargo de más de cien años y con la boca llena de tierra cabrea a cualquiera. Tras cerca de un siglo, el ataúd se había descompuesto por completo. Sediento y debilitado por el tiempo, salí reptando de la fosa cubierta de tierra.
Había despertado en el Siglo XXI. Dos cosas fueron las que me hicieron volver a la actividad. En primer lugar, la información que me estaba llegando a través de las voces amplificadas que habían empezado a llenar el aire con sus cacofonías, comunicándome los grandes cambios que se habían produciendo en el mundo. En segundo, el baño de sangre que se estaba llevando a cabo.

Veréis: cuando un vampiro deja de beber sangre y se limita a reposar en la tierra (es decir, en nuestra jerga, cuando “se entierra”), pronto queda demasiado débil para resucitarse a sí mismo, y entra en un estado de sopor.

En ese estado me llegó el olor a la sangre derramada por uno de los míos. Haciendo acopio de las últimas fuerzas que me quedaban, me desenterré y comencé a vagar en un estado de vigilia. Más temprano que tarde, llegué a una casa. En su interior una dulce familia celebraba la navidad. Llamé a la puerta. El padre salió a recibir al extraño invitado, al ver mi estado, el iluso me invito a pasar, creyéndome víctima de algún accidente. Una vez dentro, lo asesiné a sangre fría, y me alimenté de él. Algo fortalecido aunque sediento, me dirigí al salón donde el resto de la familia seguía con su cena. Uno por uno, acabe con todos, dejando para el final a una preciosa niña pequeña, el bocado más dulce. Cuando termine, saciado y recuperando la fuerza que tenia antaño, me concentre en los recuerdos que contenía la sangre de mis victimas. Al principio era confuso, pero poco a poco fui ordenándolo. Antes de salir, me di una ducha, y me coloque uno de los trajes del hombre que, amablemente, había dejado sobre la cama (Seguramente preparando una posterior salida con su esposa, ya que a su lado descansaba un bonito vestido). Cuando hube terminado, le prendí fuego a la casa para tapar mis huellas y salí.

Con una sonrisa, me encendí un cigarrillo, y comencé a caminar, internándome en la oscuridad de la noche. Soy Alek. Soy inmortal. Más o menos. La luz del sol, el calor prolongado de un fuego intenso... tales cosas podrían acabar conmigo. Pero también podrían no hacerlo.

Decisiones.

Es una noche fría. Tan fría como todas las noches de la última semana. La playa está desierta. El vaho se deshace en jirones mientras sube al estrellado cielo nocturno. Entre las sombras se adivina la silueta del propietario de la caprichosa nube que se extingue en la inmensidad del cielo. Rodeado por las negras rocas de la bahía, permanece sentado Pietro. Aunque el frío es tan intenso que amenaza con congelar el mismo océano, éste solo lleva una cazadora encima de su sudadera favorita.  Con suavidad, saca un cigarrillo de un paquete recién empezado. El pulso firme, la mirada serena, con un ligero movimiento el cigarrillo se encuentra atrapado entre sus labios. Automáticamente, un Zippo con el emblema de un famoso grupo de música, está preparado en su mano. Lo enciende. Observa el mar, tranquilo, como buscando algo. No quiere pensar en ella, no esa noche.

Con un ruido ensordecedor, una ola rompe. Se decide. Echa a caminar en dirección a su moto, aparcada un poco más arriba, en la explanada. Sube a prisa los gastados escalones de madera del paseo. Una vez allí, tira lejos el cigarrillo con un movimiento de su dedo corazón. Sube a la moto. En la silenciosa playa, se oye con fuerza el rugido del motor mientras arranca. Da gas y al segundo siguiente se encuentra corriendo a toda velocidad. Por fin va a poner un poco de orden en la locura en que se ha convertido su vida.