El local estaba repleto. Uno casi no podía ni moverse sin llevarse alguna bebida por delante. La desacompasada multitud bailaba con ritmo propio. Las parpadeantes luces de colores le daban un toque de irrealidad a la atmosfera y la atronadora música retumbaba por todas partes, llevando hasta al más distraído el mensaje de actividad y alegría que empapaba a cada uno de los presentes. Los más avispados se servían de la potente miríada de sonidos para reducir las distancias entre ellos y sus más que decididas presas. Dominic acababa de pedir una copa cuando, al girarse, la vio. La preciosa chica de ojos azules y pelo rojizo se movía con la elegancia y la perfección de una diosa. Aquella musa sonreía, contagiada del ambiente, mientras hablaba con sus amigas. Embelesado, le era completamente imposible apartar la mirada de la chica. Cuando sus miradas se cruzaron, Dom la aparto como si un resorte en su cuello se hubiese activado. Mientras se bebía la cerveza, sintió como su bolsillo vibraba levemente. Sin perder el tiempo, saco el móvil de su bolsillo y lo descolgó. Cuando colgó, salió a prisa del local.
Tal vez, si Dom no hubiese descolgado el movil aquella noche, ahora no estaría llenando una de las bolsas para cadáveres que descansaban en el depósito. Tal vez, si no hubiese contestado a esa llamada, se habría dado cuenta de que la chica estaba tratando de atravesar la multitud para llegar hasta él. Tal vez, si Dom hubiese colgado al ver ese número, se habría enterado de que la chica se llamaba Christine. Tal vez, si no se hubiese marchado, se habría llevado la sorpresa más grata de su vida al ver a la hermosa chica pelirroja sentada un su silla cuando llegase, ese lunes, a clase.
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