Despertar nunca es agradable, y por si fuera poco, hacerlo tras un letargo de más de cien años y con la boca llena de tierra cabrea a cualquiera. Tras cerca de un siglo, el ataúd se había descompuesto por completo. Sediento y debilitado por el tiempo, salí reptando de la fosa cubierta de tierra.
Había despertado en el Siglo XXI. Dos cosas fueron las que me hicieron volver a la actividad. En primer lugar, la información que me estaba llegando a través de las voces amplificadas que habían empezado a llenar el aire con sus cacofonías, comunicándome los grandes cambios que se habían produciendo en el mundo. En segundo, el baño de sangre que se estaba llevando a cabo.
Veréis: cuando un vampiro deja de beber sangre y se limita a reposar en la tierra (es decir, en nuestra jerga, cuando “se entierra”), pronto queda demasiado débil para resucitarse a sí mismo, y entra en un estado de sopor.
En ese estado me llegó el olor a la sangre derramada por uno de los míos. Haciendo acopio de las últimas fuerzas que me quedaban, me desenterré y comencé a vagar en un estado de vigilia. Más temprano que tarde, llegué a una casa. En su interior una dulce familia celebraba la navidad. Llamé a la puerta. El padre salió a recibir al extraño invitado, al ver mi estado, el iluso me invito a pasar, creyéndome víctima de algún accidente. Una vez dentro, lo asesiné a sangre fría, y me alimenté de él. Algo fortalecido aunque sediento, me dirigí al salón donde el resto de la familia seguía con su cena. Uno por uno, acabe con todos, dejando para el final a una preciosa niña pequeña, el bocado más dulce. Cuando termine, saciado y recuperando la fuerza que tenia antaño, me concentre en los recuerdos que contenía la sangre de mis victimas. Al principio era confuso, pero poco a poco fui ordenándolo. Antes de salir, me di una ducha, y me coloque uno de los trajes del hombre que, amablemente, había dejado sobre la cama (Seguramente preparando una posterior salida con su esposa, ya que a su lado descansaba un bonito vestido). Cuando hube terminado, le prendí fuego a la casa para tapar mis huellas y salí.
Con una sonrisa, me encendí un cigarrillo, y comencé a caminar, internándome en la oscuridad de la noche. Soy Alek. Soy inmortal. Más o menos. La luz del sol, el calor prolongado de un fuego intenso... tales cosas podrían acabar conmigo. Pero también podrían no hacerlo.
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