En la tranquilidad de la noche se impone, gloriosa, la luminosa ciudad del pecado. Una ciudad conocida por todos los mortales, Las Vegas. Mientras el anciano que tengo sentado al lado conduce la destartalada camioneta al interior de la ciudad, repaso mentalmente el plan. Primero encontrar a ese condenado viejo, luego rearmarse, y por último preguntarle donde se podía esconder mi enemigo. Una vez allí, el anciano me deja en la puerta de una tienda de empeños. No me extraña sentir un escopetazo sobre mi cabeza cuando entro. Ese viejo me odia. El interior está casi tan deteriorado como la persona que está frente a mí, apuntándome con un arma.
-Tranquilo Hank, soy yo.
-Lo sé, ese es el maldito problema, que eres tu –responde con antipatía- Sabía que este momento llegaría algún día.
-Venga hombre, solo he venido a hablar –el decrepito anciano parece relajarse, baja el arma y se pone las gafas.
Hank es un viejo conocido, un demonio de poca monta que se dedica a “ganarse la vida” estafando a los humanos. Tendrá unos doscientos años, pero no aparenta más de cien. Es delgado, larguirucho más bien, y aún más feo de lo que podrías imaginar. Sus nervios le traicionan como siempre, cada vez que me ve.
-¿Qué es lo que quieres esta vez? –pregunta receloso.
-Pues lo primero es lo primero. Necesito a Brael –Brael es una espada, mi espada, la que use durante la batalla de los cielos y que deje caer a la tierra. Lleva siglos, milenios perdida. Hasta que llegó a manos de Hank y él, como buen entendido en la materia, supo al instante lo que era.
-Brael –repite. Un brillo de miedo asoma en sus ojos- ¿Para qué la quieres?
-Eso es asunto mío, ¿no crees? –Respondo, no sin cierto desdén, a la arrogante pregunta del viejo. El sabe perfectamente para qué la quiero- No he de darte explicaciones. Ahora, ¿vas a dármela o tendré que "recuperarla"? -Véase el tono amenazante con el que dije esta ultima palabra.
Asustado, el viejo corre a la trastienda y saca una caja del fondo del armario, la lleva hasta el sucio mostrador de cristal y la abre. Dentro hay un objeto alargado, más o menos del tamaño de un bate de beisbol. Cuando lo abre, aparece ante mi vista una espada, mi espada, igual de brillante que cuando se forjó. Esa era una de las cosas buenas de esta espada, nunca perdía ni el brillo ni el filo. Efectivamente, esta igual de afilada que el primer día. Sin perder más tiempo la sostengo en mi mano durante un segundo más y la envaino. Había que pasar a otro punto de la lista.
-Una última cosa, Hank, ¿Dónde está?
-¿Dónde está quién? –pregunta el viejo, asustado.
-Sabes perfectamente de quién hablo, se que lo has notado –insisto mientras le agarro por el cuello de la raída y fea camisa celeste que lleva- Alguien con semejante poder no pasa inadvertido, y menos para alguien como tú. Sé que está aquí, en la ciudad, puedo notarlo. ¿Dónde está? –repito.
El anciano agacha la mirada, intimidado. Coge un boli y un papel cercanos y escribe. "Club Midnight" Un antro para demonios locales. Un bar de mala fama. Tiene sentido, es el último lugar donde lo habría buscado. No me gusta ir por ahí buscando gente a la que matar, pero es la única manera de sobrevivir, encontrarle a él antes que él a mí. Con una amplia sonrisa, le suelto la ropa y salgo. Sé perfectamente donde encontrar el local, así que empiezo a caminar en esa dirección, esquivando a los cientos de personas con las que me cruzo. En estos momentos, no soy más que otro humano en la ciudad más conocida del mundo, la ciudad del pecado, Las Vegas.
Me engancha, impresionante :) Gracias por haber publicado tan pronto, me impresionas :D
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